jueves, 26 de mayo de 2011

Comedia filmada

Mangueras de riego y tartas de crema

Último vástago de las artes del divertimento, el cine es presunto heredero de los juegos cir­censes, del melodrama, de la pantomima, del guiñol y otros números de music-hall. Al estreme­cimiento que la irrupción sobre la tela blanca del tren de Ciotat provocó en los espectadores, le seguiría una franca hilaridad frente al chorro de agua cambiado de función por un joven travieso. Esta gozosa ducha conocería fértiles prolongaciones.
Muy pronto la comedia filmada encontró su propia dinámica. Como lo escribió Jacques Chevalier, «el cine no inventó la risa, pero sistematizó su fabricación; ha explotado todos los efectos basados en la sorpresa, la acumulación, el contraste y lo grotesco». Fieles al espíritu de Rabelais y de Tabarin, los cineastas franceses se entregaron de corazón. La comedia ocupó un lugar privilegiado en su producción, desde los orígenes hasta la Primera Guerra Mundial. Todas las firmas (Pathé, Gaumont, Éclair, Eclipse, Lux) se lanzaron a la persecución descabellada y las volteretas apocalípticas. Un extraordinario zoológico llenó las pantallas; reunía en un furioso tumulto a porteros, pegadores de carteles, comisarios de pueblo, apaches, graciosos dementes y jadeantes comadres... Fue Charles Pathé quien tuvo la idea de hacerle interpretar saínetes cortos con efectos vodevilescos probados: Max y la inauguración de la estatua, Max y el teléfono, Max y su suegra, Max víctima de la quinina, etc. A partir de entonces, el actor también se ocupará de la dirección artística. Chaplin rindió homenaje (e incluso algunos gags) a este precursor, de quien elogió su sentido de la improvisación, la finura de su humor y la elegancia de su actuación, que contrastaba con las descontroladas explosiones de sus colegas. Max Linder será el único cómico europeo de su generación que filmará largometrajes en Francia y Estados Unidos (Siete años de desgracia, El mosquetero estrecho). Expuesta a los sarcasmos de las élites, que no vieron allí más que vulgares extravagancias, esta escuela cómica francesa es hoy en día objeto de entusiastas revisiones. Mejores que los pretenciosos «filmes arte» de estética fija, se puede descubrir junto con André Ehrler, en esas «hilarantes persecuciones, en las que lisiados sin piernas galopan en delirio detrás de bobos que ruedan, las primeras pinceladas de un estilo propiamente cinematográfico».
Desde comienzos de la década de 1910, los americanos explotaron por su parte este filón pro­digioso, de gran impacto popular. El gran reclutador de talentos cómicos del otro lado del Atlántico, que otorgó al género su título de nobleza, fue Mack Sennett.
El cine sonoro pondrá un freno brutal a este desencadenamiento burlesco, sustituyéndolo por las sofisticaciones de la comedia de costumbres (Capra, Lubitsch, Hawks, McCarey) y, en Francia, por el vodevil filmado (Rene Clair). Sólo los hermanos Marx, W.C. Fields, los hermanos Prévert, y un poco más tarde Jacques Tati, Jerry Lewis y Pierre Étaix intentarán renovar la llama de esta vis cómica, uno de cuyos últimos sobresaltos fue, en 1941, el famoso y un poco sobrevalorado Loquilandia.

PELÍCULAS CLAVE DE LA HISTORIA DEL CINE

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