jueves, 26 de mayo de 2011

David Griffith - Intolerancia

Intolerancia
David Wark Griffith
1916 - Intolerance
Intérpretes.: Lillian Gish (la mujer junto a la cuna), Talmadge (la muchacha de la montaña), Elmer Clifton (el rapsoda), George Siegman (Ciro).

«Una película para la posteridad, para la verdad, para la belleza.» Tal fue la intención de Griffith al componer el cuarteto monumental de Intolerancia, catedral resplande­ciente del arte mudo.

El guión se desarrolla en cuatro partes, introducidas por la imagen recurrente de una nodriza meciendo a un recién nacido:

*    América en 1914. A fin de tener buena conciencia subvencionando obras de caridad, un rico harinero provoca problemas sociales al despedir a una parte de su personal. Un huelguista, injustamente acusado de un crimen, es condenado a la horca. Su prometida intenta salvarlo...

*    Judea en época de Jesús. Con ocasión de una boda en Cana, se produce un mila­gro. Es la obra de un nazareno, amado por el pueblo pero perseguido por el poder de turno. Es condenado a morir crucificado.

*    Francia en tiempos de Carlos IX. Un católico está enamorado de la hija de unos protestantes. Catalina de Médicis decide que se extermine a estos últimos, pues no tolera la disidencia religiosa. El 24 de agosto de 1572, día de San Bartolomé, tiene lugar una terrible masacre...

*    Caldea en tiempos de Baltasar. Babilonia es la capital de un lujo desenfrenado; en sus palacios se ofrecen grandiosos festines. Pero Ciro asedia la ciudad; una chica de la montaña es herida de muerte...


Los enamorados de la noche de San Bartolomé serán víctimas de la intolerancia religiosa, al igual que los caldeos de la guerra que tiñe de sangre su país, y el nazare­no lo será de la conjura de los fariseos y los clérigos. Sólo el huelguista americano se salvará del cadalso, gracias a la intervención de su amada.

El nacimiento de una nación provocó agitación en Estados Unidos. Su éxito descansaba en un malentendido: D.W. Griffith (1875-1948), como patriota a la par que gran cineasta, quiso darle a Estados Unidos su Canción de Roldan; le reprocharon el haber despertado los viejos demonios del racismo. Con el objeto de hacer callar a sus de­tractores, se embarcó en una película de aún mayor envergadura, pero en la que el carácter humanitario sería inequívoco. Se inspiró en un episodio real de la crónica judicial contemporánea: el proceso a un huelguista acusado por error de la muerte de su empleador. El film se tituló entonces The Mother and the Law (La madre y la ley). Pretende fustigar la intolerancia bajo todas sus formas, la intolerancia que ha «martirizado a Juana de Arco... destruido la primera prensa... inventado a las brujas de Salem...», etc.
En un impulso de fiebre creativa, el cineasta decidió alargar esta sencilla crónica a las dimensiones de un vasto fresco social, incluyendo famosos ejemplos de intoleran­cia a través de los siglos. Alrededor de un nudo moderno y «realista» se irán incor­porando, como tantas otras metáforas amplias, los espectros de las guerras religiosas (el genocidio hugonote en el siglo xvr), la caída de Babilonia y aquello que se destaca siempre como la injusticia suprema: la crucifixión de Jesús. Tres plagas en el flanco de la historia de las sociedades, que conviene conjurar para siempre, sobre todo en el contexto de una nación moderna en la que tienen tendencia a reaparecer. De un caso banal de error judicial, pasa al «drama solar de todas las épocas de la humanidad».
Se procuraron inmensos decorados (entre ellos uno de cien metros de altura para el episodio babilónico), se contrató a millares de figurantes; el presupuesto total alcanzó los dos millones de dólares, engullendo las ganancias de El nacimiento de una nación y llevando a la firma productora, la Triangle, de la cual Griffith era socio mayoritario, al borde de la ruina. Las audacias del director no se limitaron a este lujo decorativo, que de allí en adelante se convertirá en un sello de la fábrica de Hollywood. Desarrollando el principio del montaje paralelo elaborado en El nacimiento de una nación, concibió su film como una suerte de sinfonía en cuatro movimientos, entrecruzando los episodios, saltando de una época y de un lugar a otro, multiplicando los choques de frente y las relaciones simbólicas: a la masacre de los protestantes responde la represión de los huelguistas de 1914; a las ruedas del carro de Ciro, las de un automóvil...
De todo ello resulta una granizada de imágenes de ritmo jadeante, que culmina en un admirable crescendo final, en el que lo familiar se mezcla con lo grandioso, lo cotidiano con lo sublime. Ciertas personas no quisieron ver allí más que un «barullo inexplicable» (Delluc) y «lirismo enfático» (Sadoul), en tanto que se lo acerca a las «tenebrosas escapadas susurrantes» de un Walt Whitman, de quien el leitmotiv de la cuna meciéndose sin fin es un préstamo explícito.
Estrenada en septiembre de 1916, en vísperas de la entrada en la guerra de Estados Unidos, Intolerancia tuvo un éxito mediocre. Como señala Jean Mitry, «no era el mejor momento para predicar la fraternidad universal, y la obra fue retirada de circulación».
No dejó por ello de ejercer una enorme influencia en el extranjero, por ejemplo en artistas como Cari Dreyer, Abel Gance o Serguei Eisenstein.

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