viernes, 27 de mayo de 2011

EL HOMBRE CON LA CÁMARA- 1929

El hombre con la cámara
Dziga Vertov
Chelovek s kino-apparatom
Intérpretes.: Mikhail Kaufman (el hombre de la cámara) y anónimos (habitantes de Odessa)

¿Será el cine un «trompo que gira» (así puede traducirse el seudónimo Dziga Vertov?  Este film manifiesto, a la vez heteróclito y firmemente estructurado, refleja la complejidad de lo vivo e intenta proporcionarnos un sentido de ello.

Si existe una película reacia a todo esquema narrativo, bien podría ser ésta. No hay «historia», sino una simple suma de vistas documentales, articuladas según un mon­taje complejo. El pretexto es la vida cotidiana de una gran ciudad (Odessa), un día como otro cualquiera. Por la mañana la ciudad despierta, los proletarios se apresuran hacia sus trabajos, las máquinas se ponen en marcha, las calles se animan, la agitación urbana se vuelve más y más febril... Luego llega la pausa del mediodía, seguida por la siesta y, para algunos privilegiados, las alegrías de la playa. Cae la noche... Pero hete aquí que la cámara se entusiasma, las imágenes son telescópicas, el operador en­loquece, la pantalla parece escindirse en dos partes... ¡El poder de este ojo mecánico decididamente no tiene límites!

El ojo de Moscú

Parafraseando el título de una película similar de Walter Turrmann sobre Berlín, podría decirse que se trata aquí de la «cacofonía de una gran ciudad». Parece que el autor ha querido demostrar que el realismo cinematográfico es una ilusión, de la cual el espectador debe tomar distancia mediante un esfuerzo de análisis «dialéctico»; que el cine, por demasiado tiempo a la zaga de la literatura y el teatro, tiene interés en forjar su lenguaje propio, aunque sea al precio de cierto narcisismo, y que es un deber del hombre de la cámara romper el proceso de alienación del relato y «pisarle los talones a la vida». De una visión lúcida y voluntariamente socarrona de la realidad surgirán tal vez las primicias de un hombre y un arte nuevos. Con este fin, multiplica las búsquedas formales y los efectos de montaje sofisticados, pasando por ejemplo de un pestañeo a un plano de persianas que se levantan, o asociando el arreglo de una muchacha con la limpieza de la ciudad. De eso a pretender que, mediante seme­jantes acercamientos, que se quieren «significativos», el cine —que Dziga Vertov, alias Denis Abramovich Kaufman (1895-1954), llama kinoglaz, «cine ojo»— está en condiciones de «descifrar el mundo visible» y por lo tanto de transformarlo, hay una gran diferencia...
En homenaje a este pionero del cine militante, adepto a la estética de la deconstrucción, Jean-Luc Godard creó, en 1968, el Grupo Dizga-Vertov.









El hombre con la cámara
Dziga Vertov
Chelovek s kino-apparatom
Intérpretes.: Mikhail Kaufman (el hombre de la cámara) y anónimos (habitantes de Odessa)

¿Será el cine un «trompo que gira» (así puede traducirse el seudónimo Dziga Vertov?  Este film manifiesto, a la vez heteróclito y firmemente estructurado, refleja la complejidad de lo vivo e intenta proporcionarnos un sentido de ello.

Si existe una película reacia a todo esquema narrativo, bien podría ser ésta. No hay «historia», sino una simple suma de vistas documentales, articuladas según un mon­taje complejo. El pretexto es la vida cotidiana de una gran ciudad (Odessa), un día como otro cualquiera. Por la mañana la ciudad despierta, los proletarios se apresuran hacia sus trabajos, las máquinas se ponen en marcha, las calles se animan, la agitación urbana se vuelve más y más febril... Luego llega la pausa del mediodía, seguida por la siesta y, para algunos privilegiados, las alegrías de la playa. Cae la noche... Pero hete aquí que la cámara se entusiasma, las imágenes son telescópicas, el operador en­loquece, la pantalla parece escindirse en dos partes... ¡El poder de este ojo mecánico decididamente no tiene límites!

El ojo de Moscú

Parafraseando el título de una película similar de Walter Turrmann sobre Berlín, podría decirse que se trata aquí de la «cacofonía de una gran ciudad». Parece que el autor ha querido demostrar que el realismo cinematográfico es una ilusión, de la cual el espectador debe tomar distancia mediante un esfuerzo de análisis «dialéctico»; que el cine, por demasiado tiempo a la zaga de la literatura y el teatro, tiene interés en forjar su lenguaje propio, aunque sea al precio de cierto narcisismo, y que es un deber del hombre de la cámara romper el proceso de alienación del relato y «pisarle los talones a la vida». De una visión lúcida y voluntariamente socarrona de la realidad surgirán tal vez las primicias de un hombre y un arte nuevos. Con este fin, multiplica las búsquedas formales y los efectos de montaje sofisticados, pasando por ejemplo de un pestañeo a un plano de persianas que se levantan, o asociando el arreglo de una muchacha con la limpieza de la ciudad. De eso a pretender que, mediante seme­jantes acercamientos, que se quieren «significativos», el cine —que Dziga Vertov, alias Denis Abramovich Kaufman (1895-1954), llama kinoglaz, «cine ojo»— está en condiciones de «descifrar el mundo visible» y por lo tanto de transformarlo, hay una gran diferencia...
En homenaje a este pionero del cine militante, adepto a la estética de la deconstrucción, Jean-Luc Godard creó, en 1968, el Grupo Dizga-Vertov.

                                                      PELICULAS CLAVE DE LA HISTORIA DEL CINE























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