sábado, 28 de mayo de 2011

La sangre de un poeta
Jean Cocteau
Le sang d'un poete
Intérpretes: Enrique Rivero (el poeta), Lee Miller (la estatua),

Tocado de genialidad, Jean Cocteau no podía postergar su encuentro con el cine, ese «soñar despierto». Su primera película, en el amanecer del sonoro, quedará como un modelo para los amantes de fantasmas cinematográficos.

Es difícil resumir la trama de una película que su autor quiso que fuera «tan libre como un dibujo animado». Se pueden distinguir tres partes: 1) Un estudio de artista: Ante la exhortación de una estatua bruscamente dotada de vida, un escultor se sumerge en el espejo de su cuarto y hace un extraño viaje a una dimensión desconocida... 2) Ciu­dadMonthiers: Unos niños juegan en la nieve. Una bola asesina golpeará en pleno pecho a un muchacho: su agonía alegrará una velada de espectadores aburridos. 3) Cuadro vivo: La mujer estatua, una lira, una cabeza de toro, un mapamundi... Es el «envío» a Eleusis y a sus misterios, ritual que siempre ha fascinado al poeta.

La travesía experimental del espejo

Película decididamente vanguardista, La sangre de un poeta se benefició de una sub­vención de la familia de Noailles (igual que La edad de oro de Buñuel, y Les mystéres du chateau de Dé, de Man Ray). Incluye diversas obsesiones que volverán a encontrarse en otras obras novelescas o teatrales de Cocteau, por ejemplo Los niños terribles (1929) o El joven y la muerte (ballet, 1946). Es una ilustración un poco esquemática, pero bien filmada, de los temas más caros del poeta: el narcisismo, la homosexualidad, la búsque­da a tientas de la identidad. Jean Cocteau (1889-1963) mezcla a gusto lo real y el arti­ficio, según una sutil dosificación; llegado el caso interviene en persona en la «acción» y registra los latidos de su corazón. El resultado puede llegar a ser irritante; no por ello dejará de ser la dirección de una búsqueda fructífera para el cine «experimental», que los norteamericanos en particular no se privaron de explotar.
Veinte años más tarde, Cocteau, que entre tanto se había expresado de manera más clásica en el dominio de lo maravilloso filmado (La Bella y la Bestia, 1946), desarrollará las bromas privadas de La sangre de un poeta en una película más contro­lada, «entre perro y lobo», Orfeo, con Jean Marais y Maria Casares. Clausurará este ciclo de la «travesía del espejo» en El testamento de Orfeo (1960).

                                          PELÍCULAS CLAVE DE LA HISTORIA DEL CINE 


JEAN COCTEAU




























































































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